¿El escepticismos es tu mejor amigo?

Realmente hacia tiempo que la joven hechicera no encontraba descanso en algún lugar. De tanto viajar, se había olvidado de que tenía un lugar donde volver. Literalmente, aquel sitio que había llamado su hogar en algún momento, había perdido poco a poco visibilidad en su mente para convertirse tan sólo en una nebulosa que recordaba a medias. Quién sabe por qué había sucedido esto, lo importante es que así era. Rahzel vagaba por el mundo sin un lugar a donde volver y lo más llamativo de todo esto es que, parecía no importarle en lo absoluto.

Una larga capa de terciopelo negro cubría el rostro de la mujer de cualquier mirada curiosa que se interpusiera en su camino. Además, ella tenía la fiel creencia de que, como Adivina, debía mantener el misterio de alguna forma y lo hacia de esa: ocultando su rostro. Además, era más fácil para ella evitar el contacto con las personas y tener visiones que ella no deseaba, por lo que, el tener su bello rostro oculto bajo la capa era un beneficio para ella. Más en este sitio, donde encontraba a viajeros a cada rato.

Rahzel sonreía aunque nadie a mirase y se divertía al ver los rostros curiosos de sus clientes, a quien le adivinaba el futuro, y que, por suerte, tenia un muy buen toque en esto porque nunca erraba en sus predicciones.

Sin embargo, ahora que más o menos conocía el terreno y andaba necesitada de dinero, la joven Rosa de los Vientos, apodada por los pueblerinos a quien le echaba la suerte, se iba a sitios donde sabía, iba a encontrar a algún personaje que estuviese dispuesto a caer ante su propuesta ¿quién sería? Siempre era interesante ver quién sería el próximo en caer, pues, hasta la persona más escéptico era capaz de curiosear sobre lo que la mujer de cabellos color café con leche tenía para decirle.

-Nadie escapa de las garras de la curiosidad. Nadie escapa de su destino. Nadie escapa de mí- dijo viendo que, en su camino, había encontrado a un par de viajeros. Dos de ellos desaparecieron de su vista, pero, quedó una persona en aquel jardín tan popular entre los enamorados.

Fue ahí cuando Rahzel vio su oportunidad y la sonrisa vislumbró su rostro.

-Siento si lo molesto ¿le gustaría que le leyera su futuro? Tengo muy buena fama y le aseguro que mis predicciones nunca han fallado hasta ahora- dijo ella mostrando en sus manos una baraja de cartas del Tarot que iba mezclando rápidamente, con gran habilidad y destreza que sólo una experta en el campo como ella, mostraría tan descaradamente.

Su rostro no se veía, apenas una sombra por la capucha de su capa vislumbraba en su rostro y no dejaba que nadie observase lo que había debajo de ella, pero su voz melodiosa y encantadora era suficiente para hacer que alguien sintiera curiosidad por la mujer que había detrás de los ropajes. Sólo faltaba algo ¿se animarían a quedarse un rato más a averiguarlo?

Podía parecer una tontería en la boca de algún farsante, pero Rahzel, era todo menos eso. Más allá de que utilizara los mismos medios que otros adivinos, videntes, brujos, sus predicciones eran fidedignas a la realidad y jamás, se había equivocado en lo que había dicho o al menos, no se había enterado de que esto había sucedido.

Posó su mirada en el muchacho y tras una nueva inspección en su falta de interés en sus palabras, la joven decidió seguirlo y sostenerlo apenas del brazo, para poder detenerlo ya sí lograr obtener su atención para poder continuar con su trabajo. Lo que menos quería, era pasar esa tarde sin hacer nada y una buena predicción siempre era bueno en lo que podía entretener su mente y ocupar su tiempo.

-¿Está seguro?- preguntó rompiendo el contacto con el muchacho con una sonrisa que se veía apenas bajo las telas de su capa –pues, puedo ser de ayuda para encontrar a su acompañante. Es más fácil ver el futuro, si la persona coopera conmigo ¿Qué dice?- comentó con su melodiosa voz, esperando que la respuesta del muchacho no tardase en llegar y quizás, por aquello, no la tomara como otra charlatana del montón que, había, eso era seguro.

Por el momento, había logrado captar la atención del muchacho. Seguramente, que desde ese momento, ya no iba a hacer falta nada más para que le creyera, era sólo cuestión de tiempo para que se diera cuenta de que ella no era como las demás brujas o adivinas. Era diferente a las otras porque, a diferencia del resto que ejercían ésta profesión, ella contaba con algo especial: sus poderes para conocer los resultados reales de la adivinación.

Rahzel sonrió habiendo conseguido el primer paso: escucharla. Ahora, le faltaba confirmar aquello, pero había visto tan poco al tocarlo que sólo estaba segura de que buscaba a alguien.

-Puedo decirte más si vemos las cartas- dice ella sonriendo mostrándole la baraja de cartas del tarot que portaba consigo, en una bolsita que conservaba las cartas para que así, estuvieran protegida aquella fuente de su trabajo. Aunque conocía muchos métodos de adivinanza y la mayoría de ellos, eran efectivos en sus manos, las que más gusto le había tomado era a las cartas.

-Bien, no siempre hace falta dinero para pagarme. Alguna joya o un objeto de valor para ti, serán bien recibidos por mí- comentó ella con tono de voz dulce mirando con cierta fijeza al muchacho. No siempre cobraba a sus clientes en efectivo, a veces, conseguía cosas mucho más útiles de ellos que el dinero. Como aquella vez que consiguió la uña de un fénix o aquella otra ocasión que, encontró a un joven que portaba consigo la piel de una salamandra, pensando que era la piel de cualquier otro anfibio. Todo eso, valía mucho más que unas cuantas monedas de oro, qué, con sus grandes dotes de adivinación y su encanto para convencer a los viajeros, era más que suficiente para obtenerlo cuando lo necesitara.

-Vamos hacia allá- señaló la sombra de un árbol -es un lugar más propicio para que los astros detallen tu destino- observó la mujer con aquella sonrisa que era tapada por la capa que cubría su rostro.

A la sombra de aquel árbol, la joven se había sentado en el suelo y esperaba que su acompañante hiciera lo mismo para poder proseguir con su trabajo. Era algo de todos los días y con esas cosas, muchas personas acababan por tomarla como una verdadera conocedora de las artes de la adivinación sin saber qué había algo más en todo aquello que ella no contaba.

Una vez que tuvieron todo, la joven se encargó de dejar un paño rojo sobre una roca que había allí y se dispuso a darle unas indicaciones al muchacho para que pudieran continuar con la tirada.

-Muy bien. Elegirás las cartas. Cinco en total- dijo melodiosamente abriéndolas en un abanico sobre aquel paño, disponiéndolas de esa forma para que fuera más fácil poder quitar las cartas del resto de la baraja –y luego, las pondrás en forma de cruz- y señaló los dos ejes –y en el centro, irá la quinta- sonrió levemente y se limitó a esperar que el muchacho siguiera con aquello para dar comienzo a la lectura.

Parecía algo bastante trivial y hasta inservible aquello. En más de una ocasión se había topado con personas que decían, que cualquiera podía hacer algo como eso si sabia que significaba cada carta. Pero, la magia de la súcubo Rahzel, iba un poco más allá de conocer cada carta. Bien sabia que, al tocar algo, la energía queda impregnada en ese algo, lo demás, es cuestión de saber guiar esa energía para que ella pueda leer el futuro de la persona.

La muchacha hacia su trabajo como de costumbre. No solía prestarles atención a sus clientes a menos que fuesen personajes importantes o que viera algo particularmente llamativos en ellos, cosas que después acababan por ser la paga de la bruja por sus servicios. Así Rahzel hacia crecer su colección de cosas cada vez más y más y se iba a abasteciendo mejor de ciertos elementos que de otra forma, jamás hubiese conseguido para sus trabajos.

Volvió la vista hacia el rubio deteniéndose un momento en su mirada en el movimiento que hacia con las manos para acomodar las cartas. Tomó el resto de las cartas que sobraba y las dejó a un lado de la cruz que el viajero había formado. La joven estaba muy confiada de lo que podría ver con aquel método ya que le era el más efectivo y rápido cuando de viajeros se tratase. Cuando era alguien que conocía un poco más, podía usar otro tipo de tiradas si bien elegía que le leyese las cartas.

-Y ahora es mi turno- comentó ella graciosamente tomando la primera carta entre sus manos. Al hacerlo, como era natural en ella, aquellas imágenes que eran propias de la energía que los demás dejaban en las cartas comenzaban a fluir en su mente. Aunque siempre era mucho más factible y eficaz cuando ella tenía contacto directo con alguien, pero de ésta forma, también resultaba efectivo porque siempre queda energía residual de una persona en un objeto por esa razón, surtían efectos sus poderes también.

Aunque ésta vez, no fue precisamente lo que había esperado ver. La Rueda de la fortuna era una carta muy buena aunque no siempre tan buena porque dependía siempre de la carta siguiente y como su nombre lo decía, dependía de la fortuna del muchacho que consultaba con la bruja.

La carta le había advertido algo, pero todo había pasado tan rápido que la muchacha no tuvo tiempo de hacer nada ya que había visto un futuro demasiado próximo para su gusto. Aquel animal salvaje había pasado corriendo justo por encima de aquella roca en la que ahora, servía a modo de mesa, desparramando las cartas de la muchacha y ella, en un afán de poder conseguir que no se dispersaran, se lanzó atrapar algunas que caían sobre la tierra, descubriendo así su rostro por el mismo movimiento que hizo haciendo que la capucha cayera hacia atrás.

-¡Mis cartas!- exclamó tomando una y viendo que se había rasgado y aún peor, se habían mezclado la que el muchacho había elegido dejando toda su fortuna librada al azar. Suspiró. Ni modo, tendría que usar otro método para ello. Pero antes, dirigió la mirada aquel lobo que se había quedado no muy lejos de ellos –ahora ya no sirven- dijo con tristeza debido a que era un juego de cartas muy valioso y antiguo por lo que dudaba si iba a poder conseguir uno parecido al menos.

-Lo siento, creo que ya no podré usar el tarot. Pero puedo leerle las líneas de la mano si está interesado en saber su futuro. Es más preciso incluso- añadió la joven con una sonrisa no muy conforme de tener que dejar a la vista su rostro pero después de lo sucedido ya no tenía sentido que intentase cubrirse una vez más. Pasó una mano por detrás de su oreja acomodándose los mechones de cabello que caían sobre su rostro y terminó de juntar las cartas que había a su alrededor con la esperanza de restaurarlas.

Se sentía más que molesta, triste por haber perdido esas cartas. Habían sido el primer juego que había recibido de su padre cuando aprendió por fin a leerlas y a canalizar su poder para poder leerles la suerte a los viajeros que se llegaban hasta su hogar debido a la reputación de su padre como brujo.

Y esas las tenías hasta ahora. Aunque no podía negar que tenían sus siglos encima, tanto como ella, sin embargo, las conservaba como nuevas… hasta ahora. Suspiró una vez cerrando los ojos recibiendo el resto de las cartas viéndolas con cuidado y sintiendo algún leve escalofrío al recibir las que él le había dado. A veces, tenia que tener cuidado con las personas por sus mismos poderes a veces, se descontrolaban y actuaban por cuenta propia.

Sacudió su cabeza levemente apartando ésas imágenes y volvió a mirar al chico que pedía disculpas. La joven no tenía mucho qué decirle en cuanto a eso. menos por un lobo salvaje.

-No te preocupes. No puedes controlar a los animales salvajes. Fue mi culpa por no haber reaccionado a tiempo- comentó ella sin prestarle importancia al lobo –pero dudo que puedas conseguir algo parecido. Digamos que las cartas tienen demasiados años encima como para remplazarlas- dijo ella comentándole un poco sobre aquel juego tan valioso no sólo sentimentalmente sino que tenia su valor por antigüedad, es decir, era toda una reliquia.

Se mantuvo en silencio un segundo y volvió a su postura normal, con aquella sonrisa picaresca sobre su rostro que ahora se veía a falta de la capucha que solía cubrir su rostro para que no la reconocieran. Era más fácil trabajar así, incluso, en aquel consultorio que su padre había armado en su casa estaba todo propiciado para esconder la identidad del que adivinaba y así, se mantenía ésa aura de misterio constante en todo momento.

-Puedes sentarte de nuevo- le señaló la joven el lugar –y quítate los mitones, por favor. Es más fácil leer la mano sin ellos- dijo con una sonrisa esperando a tomar su mano para poder leer su fortuna. Ya que las cartas no habían servido era la forma más rápida de poder acabar con ello y seguir con su viaje a quién sabe donde.